viernes, 17 de junio de 2011

Una de las razones por las que te dejo.


-Llorar aquí es ridículo hasta para ti - le dijo V. sentado en la barra de un bar "under" del centro, uno de esos lugares que parecen albergar gente de mala calaña, en realidad sólo asiste gente que le gusta escuchar música decente y comer una hamburguesa decente en la barra con una cerveza de barril más o menos buena pero barata. Una barra corta, de un metro y medio de largo, sostenía un tarro con poco menos de un litro en ella, pequeñas gotas la rociaban y caían al precipicio, una superficie de caoba, como presionando a tomar su contenido antes que este se caliente y entonces no valga nada, porque una cerveza una vez caliente es como un guiso insípido una vez servido: irremediable.

Era cierto, ella lloraba en los lugares más ridículos e inesperados, se avergonzaba de su fragilidad y de su incapacidad para contener sus sentimientos que cada vez salían líquidos, ya fuera felicidad o tristeza o simplemente una risa larguísima de las que te lastiman el estomago, pero sus palabras le llegaron directo a los conductos lagrimales y grandes gotas llenas de hormonas se estrellaron en la madera y de a poco se fueron confundiendo con las gotas que el tarro había llorado. Un gemido ahogado y él sintió remordimiento.

-Perdón, perdón.- y la abrazó sinceramente, ella se tranquilizó en sus brazos y pidió perdón porque cada vez que arruinaba una buena comida o unas copas sentía culpa también. Las gotas se arrastraban lentamente en una línea recta y avanzaban cada milímetro hirientes y mordaces, esta vez mojando su suéter. Él la perdono sinceramente pero esta sería una de las razones por las que la dejaría.

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